ESTRATEGIA DIÁCTICA, PARA FORTALECER LA ARGUMENTACIÓN INTERTEXTUAL, EN LOS ESTUDIANTES DESDE LAS HUM
Objetivo: Argumentar ideas intertextuales desde la lectura crítica.
Observación: este tipo de ejercicio, se trabajará con estudiantes de I-II Y III semestre, los cuales, han venido trabajando la lectura crítica de manera sistemáticamente
Los siguientes textos discontinuos y continuos, serán presentados a los estudiantes como situaciones para el análisis argumentativo.
DESARROLLO.
Se inicia la clase con una dramatización socio-cultural, orientada como tarea, por equipos la cual, radica en dramatizar una escena sobre: (Arte y folclor).
Una vez presentadas y socializadas la escena, el profesor les presenta las siguientes de imágenes, sobre la tauromaquia.
IMAGEN.
http://www.eltiempo.com/bogota/corte-constitucional-ordena-reanudar-consulta-taurina-85992
Tomado de: http://search.mysearch.com/search?&q=tauromaquia&apn_uid=0EE47FA8-B156-4EE6-B3E9-00EFBE4B10FD&b=ttb&doi=2017-09-05&gct=ds&guid=0EE47FA8-B156-4EE6-B3E9-00EFBE4B10FD&p2=%5ECRJ%5Eprs001%5EB2BMS%5Eco&si=0jn2t46000003203541370E03753A40AF4666EA9EA32A59E896.
Tomado de: http://search.mysearch.com/search?&q=tauromaquia&apn_uid=0EE47FA8-B156-4EE6-B3E9-00EFBE4B10FD&b=ttb&doi=2017-09-05&gct=ds&guid=0EE47FA8-B156-4EE6-B3E9-00EFBE4B10FD&p2=%5ECRJ%5Eprs001%5EB2BMS%5Eco&si=0jn2t46000003203541370E03753A40AF4666EA9EA32A59E896
Tomado de: http://search.mysearch.com/search?&q=tauromaquia&apn_uid=0EE47FA8-B156-4EE6-B3E9-00EFBE4B10FD&b=ttb&doi=2017-09-05&gct=ds&guid=0EE47FA8-B156-4EE6-B3E9-00EFBE4B10FD&p2=%5ECRJ%5Eprs001%5EB2BMS%5Eco&si=0jn2t46000003203541370E03753A40AF4666EA9EA32A59E896.
-Seguidamente, se invita a los estudiantes a que, observen las imágenes y describan de manera libre, todos aquellos elementos como: (formas, figuras, colores, objetos, texturas, estructuras, características, personajes, animales, entre otros), y que a su vez, vayan tomando los apuntes respectivos.
-Una vez concluido este ejercicio, se invitan a que, describan de manera precisa, las características de lo observado como: Tema, contenido, esencia, dimensiones, lugares costumbres, culturas, sociedad, idiosincrasia, mitos, leyendas, idioma, lugares, regiones, países, las cuales guarden relación con lo que observan. Por favor tomar apuntes relevantes.
-Posteriormente se socializan todos estos elementos y se les orientan reunirse por mesas de trabajo y que entre todos, extraigan ideas principales y secundarias, encontradas en las imágenes.
Ruta para llegar
El profesor les facilitará los siguientes apuntes, para el trabajo en equipo.
“El texto será nuestra principal herramienta de aprendizaje”.
-¿Cómo podríamos abordarlo?
-Seleccione las ideas principales y determine su sentido global.
-Trate de captar la estructura del texto, intégrelas de forma coherente de acuerdo a la información nueva.
-Ten en cuenta esta nueva información, a partir de lo que lees.
-Recuerda que, la idea principal de un texto puede ser aquella que expresa en su esencia, lo que el autor quiere dar a conocer al lector, por tal razón, deberás leer de manera atenta.
¿Cuándo una idea es principal dentro de un texto?
-Una idea puede ser principal, cuando resume lo dicho o lo provoca, por tanto, podrá contener un mensaje global y contenidos importantes.
¿Cómo detectar la idea principal de un texto?
Identifica, frases y selecciona palabras claves (pueden ser, sustantivos, verbos y expresiones sustantivadas).
-Fíjate cuidadosamente, en la situación del escrito (generalmente podrás encontrarla, en los primeros y últimos párrafos.
.Deberás resaltar el tema principal del texto que lees
.Formúlate preguntas como:
¿De qué habla el texto?
¿De quién habla el texto? , esto te ayudará MUCHISIMO
-Selecciona palabras claves según vas leyendo, subraya aquellas que consideres tengan un mayor sentido.
-Si en el texto existen, imágenes, graficas, dibujos, o figuras, visualícelas que también te ayudarán
Se les invita a desarrollar una lectura detallada de los siguientes textos continuos.
-Posteriormente, se hacen los comentarios, discusiones, reflexiones, y debates respectivos sobre los textos leídos
SITUACIÓN
Lea detenidamente los textos de (1-4)
Texto#1
Torear y otras maldades
Mario Vargas Llosa
El intento de prohibir las corridas de toros en Barcelona ha repercutido en medio mundo y, a mí, me ha tenido polemizando en las últimas semanas en tres países en defensa de la fiesta ante enfurecidos detractores de la tauromaquia. La discusión más encendida tuvo lugar en la noche de Santo Domingo —una de esas noches estrelladas, de suave brisa, que desagravian al viajero de la canícula del día—, en el corazón de la Ciudad Colonial, en la terraza de un restaurante desde la que no se veía el vecino mar, pero si se lo oía.
Alguien tocó el tema y la señora que presidía la mesa y que, hasta entonces, parecía un modelo de gentileza, inteligencia y cultura, se transformó. Temblando de indignación, comenzó a despotricar contra quienes gozan en ese indecible espectáculo de puro salvajismo, la tortura y agonía de un pobre animal, supervivencia de atrocidades como las que enardecían a las multitudes en los circos romanos y las plazas medievales donde se quemaba a los herejes. Cuando yo le aseguré que la delicada langosta de la que ella estaba dando cuenta en esos mismos momentos y con evidente fruición había sido víctima, antes de llegar a su plato y a sus papilas gustativas, de un tratamiento infinitamente más cruel que un toro de lidia en una plaza y sin tener la más mínima posibilidad de desquitarse clavándole un picotazo al perverso cocinero, creí que la dama me iba a abofetear. Pero la buena crianza prevaleció sobre su ira y me pidió pruebas y explicaciones.
Escuchó, con una sonrisita aniquiladora flotándole por los labios, que las langostas en particular, y los crustáceos en general, son zambullidos vivos en el agua hirviente, donde se van abrasando a fuego lento porque, al parecer, padeciendo este suplicio su carne se vuelve más sabrosa gracias al miedo y el dolor que experimentan. Y, sin darle tiempo a replicar, añadí que probablemente el cangrejo, que otro de los comensales de nuestra mesa degustaba feliz, había sido primero mutilado de una de sus pinzas y devuelto al mar para que la sobrante le creciera elefantiásicamente y de este modo aplacara mejor el apetito de los aficionados a semejante manjar. Jugándome la vida —porque los ojos de la dama en cuestión a estas alturas delataban intenciones homicidas— añadí unos cuantos ejemplos más de los indescriptibles suplicios a que son sometidos infinidad de animales terrestres, aéreos, fluviales y marítimos para satisfacer las fantasías golosas, indumentarias o frívolas de los seres humanos. Y rematé preguntándole si ella, consecuente con sus principios, estaría dispuesta a votar a favor de una ley que prohibiera para siempre la caza, la pesca y toda forma de utilización del reino animal que implicara sufrimiento. Es decir, a bregar por una humanidad vegetariana, frutariana y clorofílica.
Su previsible respuesta fue que una cosa era matar animales para comérselos y así poder sustentarse y vivir, un derecho natural y divino, y otra muy distinta matarlos por puro sadismo. Inquirí si por casualidad había visto una corrida de toros en su vida. Por supuesto que no y que tampoco las vería jamás aunque le pagaran una fortuna por hacerlo. Le dije que le creía y que estaba seguro que ni yo ni aficionado alguno a la fiesta de los toros obligaría jamás ni a ella ni a nadie a ir a una corrida. Y que lo único que nosotros pedíamos era una forma de reciprocidad: que nos dejaran a nosotros decidir si queríamos ir a los toros o no, en ejercicio de la misma libertad que ella ponía en práctica comiéndose langostas asadas vivas o cangrejos mutilados o vistiendo abrigos de chinchilla o zapatos de cocodrilo o collares de alas de mariposa. Que, para quien goza con una extraordinaria faena, los toros representan una forma de alimento espiritual y emotivo tan intenso y enriquecedor como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo. Que, para saber que esto era cierto, no era indispensable asistir a una corrida. Bastaba con leer los poemas y los textos que los toros y los toreros habían inspirado a grandes poetas, como Lorca y Alberti, y ver los cuadros en que pintores como Goya o Picasso habían inmortalizado el arte del toreo, para advertir que para muchas, muchísimas personas, la fiesta de los toros es algo más complejo y sutil que un deporte, un espectáculo que tiene algo de danza y de pintura, de teatro y poesía, en el que la valentía, la destreza, la intuición, la gracia, la elegancia y la cercanía de la muerte se combinan para representar la condición humana.
Nadie puede negar que la corrida de toros sea una fiesta cruel. Pero no lo es menos que otras infinitas actividades y acciones humanas para con los animales, y es una gran hipocresía concentrarse en aquella y olvidarse o empeñarse en no ver a estas últimas. Quienes quieren prohibir la tauromaquia, en muchos casos, y es ahora el de Barcelona, suelen hacerlo por razones que tienen que ver más con la ideología y la política que con el amor a los animales. Si amaran de veras al toro bravo, al toro de lidia, no pretenderían prohibir los toros, pues la prohibición de la fiesta significaría, pura y simplemente, su desaparición. El toro de lidia existe gracias a la fiesta y sin ella se extinguiría. El toro bravo está constitutivamente formado para embestir y matar y quienes se enfrentan a él en una plaza no solo lo saben, muchas veces lo experimentan en carne propia.
Por otra parte, el toro de lidia, probablemente, entre la miríada de animales que pueblan el planeta, es hasta el momento de entrar en la plaza, el animal más cuidado y mejor tratado de la creación, como han comprobado todos quienes se han tomado el trabajo de visitar un campo de crianza de toros bravos.
Pero todas estas razones valen poco, o no valen nada, ante quienes, de entrada, proclaman su rechazo y condena de una fiesta donde corre la sangre y está presente la muerte. Es su derecho, por supuesto. Y lo es, también, el de hacer todas las campañas habidas y por haber para convencer a la gente de que desista de asistir a las corridas de modo que estas, por ausentismo, vayan languideciendo hasta desaparecer. Podría ocurrir. Yo creo que sería una gran pérdida para el arte, la tradición y la cultura en la que nací, pero, si ocurre de esta manera —la manera más democrática, la de la libre elección de los ciudadanos que votan en contra de la fiesta dejando de ir a las corridas— habría que aceptarlo.
Lo que no es tolerable es la prohibición, algo que me parece tan abusivo y tan hipócrita como sería prohibir comer langostas o camarones con el argumento de que no se debe hacer sufrir a los crustáceos (pero sí a los cerdos, a los gansos y a los pavos). La restricción de la libertad que ello implica, la imposición autoritaria en el dominio del gusto y la afición, es algo que socava un fundamento esencial de la vida democrática: el de la libre elección. La fiesta de los toros no es un quehacer excéntrico y extravagante, marginal al grueso de la sociedad, practicado por minorías ínfimas. En países como España, México, Venezuela, Colombia, Ecuador, el Perú, Bolivia y el sur de Francia, es una antigua tradición profundamente arraigada en la cultura, una seña de identidad que ha marcado de manera indeleble el arte, la literatura, las costumbres, el folclor, y no puede ser desarraigada de manera prepotente y demagógica, por razones políticas de corto horizonte, sin lesionar profundamente los alcances de la libertad, principio rector de la cultura democrática.
Prohibir las corridas, además de un agravio a la libertad, es también jugar a las mentiras, negarse a ver a cara descubierta aquella verdad que es inseparable de la condición humana: que la muerte ronda a la vida y termina siempre por derrotarla. Que, en nuestra condición, ambas están siempre enfrascadas en una lucha permanente y que la crueldad —lo que los creyentes llaman el pecado o el mal— forma parte de ella, pero que, aun así, la vida es y puede ser hermosa, creativa, intensa y trascendente. Prohibir los toros no disminuirá en lo más mínimo esta verdad y, además de destruir una de las más audaces y vistosas manifestaciones de la creatividad humana, reorientará la violencia empozada en nuestra condición hacia formas más crudas y vulgares, y acaso nuestro prójimo. En efecto ¿para qué encarnizarse contra los toros si es mucho más excitante hacerlo con los bípedos de carne y hueso que, además, chillan cuando sufren y no suelen tener cuernos?
http://elcomercio.pe/tvmas/television/columna-vargas-llosa-torear-otras-maldades-noticia-463693
Texto#2
Otra vez la tontería de los toros
Eduardo Escobar
Vuelven los toros al centro de la gran discusión nacional. Se repiten las mentiras del falso orgullo, las medias verdades de la indignación pueril; se emiten aporías, esos callejones de la razón. Que si hacen parte de la cultura popular como los eructos en la sancochería; que si son arte elitista o simple vileza. Si los defensores de los animales son unos solapados que comen churrascos. Si democracia es aceptar los hábitos, por sosos que sean, de las minorías. A veces traen a colación otras salvajadas: el coleo, las riñas de gallos. No se mencionan las peleas de perros que divierten a algunos canallas. Ni la caza deportiva, que es un exceso para idiotas con complejo de inferioridad.
El toreo tiene algo de ciencia pues el torero, payaso de lentejuelas, coleta, gorra anacrónica, debe leer los espacios que lo separan de su acezante enemigo gratuito, calcular hasta dónde se arriesga, y aprovechar el punto ciego del ojo de su contrincante. El toreo es una bella astucia. Y un fraude.
Pero sobre todo está el placer del dolor ajeno. En secreto se disfrutan los documentales de guerra, los boxeadores humillativos, las catástrofes, los errores del éxito. Tal vez se va a las plazas de toros con la oculta aspiración de ver un torero despernancado. Algunas muchachas llevan claveles, pues saben que deberán conformarse con el tributo del toro casi siempre. No sobran Manoletes para inmolar todos los domingos.
Los clásicos sacrificios humanos exigían el fasto. La ciudad se engalanaba, los espectadores acudían con ramas de acacias a los atrios, los flautistas soplaban las gimientes tibias de un abuelo, y los sacerdotes pronunciaban sus galimatías solemnes armados con cuchillos, dando pasos lentos hacia el ara. Por fortuna, muchas tradiciones se han ido dejando atrás. El degüello de niños en honor de Sirio. La tierna convención de enterrar al marido con la mujer. La costumbre de crucificar a los ladrones. O se volvieron banales. Como los reinados de belleza. Ya no son los homéricos. Hoy, cualquier embrollito de silicona merece el tiesto de oricalco.
Esa herencia de la colonia española se demora en pasar a las carpetas de los arqueólogos de las manías populares. Por bello que sea, es cruel jugar con un animal deslumbrado ante el griterío de los tendidos, las armas afeitadas, mientras unos timoratos le enturbian las entendederas que le quedan agitándole mariposas de trapo en el hocico. Es una mitigación de los juegos de Diocleciano. Que completaban los gladiadores. Y que hoy parecen grotescos.
Los taurófilos no pueden condenar la dieta de los taurófobos. Los animales destinados al consumo se matan de manera más expedita. No mueren humillados. Y en público. ¿Por qué los seres humanos nos sentimos autorizados para obligar a los caballos a arrastrar carretas habiendo motores de gasolina, para ponerles balacas a las perritas de compañía, que es otro abuso, y para convertir un toro en la prenda de un vil negocio?
Nada justifica la barbarie de herir hasta el desfallecimiento a un animal para que unos esnobs borrachos de sol y vino aplaudan su tragedia de arena, cagado de miedo. Ni las gracias de Belmonte y el Culi, ni Lorca ni los dibujos de Picasso o Goya ni la Creta del minotauro. La cultura es la suma de las represiones. En el proceso civilizador la humanidad ha renunciado a otros placeres, al honor de los cortesanos de Guillermo de Aquitania que corrieron la Edad Media destrozando cráneos en ruines torneos, al lujo miserable del cazador posando para una fotografía junto a un elefante muerto. Algunos aún lo hacen. Es que carecen de la conciencia del ridículo.
No olvides los caballos que dejan las tripas en la fiesta, las orejas taponadas, enceguecidos, agobiados por las gualdrapas. El hombre que viaja a las estrellas es un animal bastante tonto a veces. Pues es capaz de defender sus despropósitos con el mito marchito del arte.
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otra-vez-la-tonteria-de-los-toros-eduardo-escobar-columna-el-tiempo/16804924
Texto #3
El arte
Antonio Caballero
El rasgo característico de los antitaurinos es su ceguera al arte. No me refiero al arte del toreo: de eso hablaré después. Sino al arte en general. Su ceguera, su sordera, como quieran llamarla: su incapacidad para comprender lo que están viendo, lo que están oyendo, lo que está pasando. Tienen ojos, y no ven, como dice la Escritura. (Pero tampoco leen lo escrito: no quieren saber). Pero están aprendiendo. Su propio antitaurinismo, paradójicamente, les sirve de guía.
Así, desde hace algunos años se les han venido abriendo las meninges a los misterios de la poesía y de la música. Rudimentariamente por ahora. Su contacto con la poesía se reduce a la repetición obsesiva de unos pocos pareados disparejos de prosa rimada y consonante, del estilo de “¡Los toros no son cultura! ¡Los toros son tortura!” entonados con ritmo monótono acentuado en la penúltima sílaba (...¡uúúúra! ...¡uúúúra!), que les sirve, suponen ellos, de acompañamiento musical. A veces los realzan con unos brinquitos: es su aproximación a la danza. Los antitaurinos son muy primitivos. Lo cual, me apresuro a aclarar, no es un defecto: es un estadio temprano y todavía tosco del desarrollo espiritual, que puede evolucionar con el paso del tiempo. Ese primitivismo, con la ignorancia que conlleva, explica en buena parte el que no entiendan que la tortura es una manifestación de índole cultural, aunque sea moralmente condenable. La cultura es neutra desde el punto de vista de la moral: tanto valor cultural tiene lo moral como lo inmoral, así como es igual el valor estético de la belleza y el de la fealdad. En fin: ya les vendrá a los antitaurinos, si les viene, la capacidad del distingo moral. Por ahora van solo en lo estético.
La fotografía que ven ustedes arriba es la prueba. No es mucho todavía. Es apenas el equivalente al pareado cojo en poesía, al grito gutural en música, al saltito rítmico en danza: es la representación pictórica de un toro hecha por un grupo de militantes antitaurinos en la Plazoleta de San Francisco, en Cali (según informa el pie de foto de El Tiempo del 1 de julio). Están tirados en el pavimento, con los cuerpos semidesnudos pintarrajeados de rojo y negro —pues a los antitaurinos les gusta semidesnudarse y embadurnarse de colores para llamar la atención: en ellos alumbra ya también un embrión de arte dramático. Los de rojo forman el morrillo del toro, ensangrentado por las banderillas. Los de negro, el animal entero, de pitones a rabo.
La fotografía es muy buena (la firma Juan Pablo Rueda); pero la instalación en sí es todavía bastante torpe. A estos antitaurinos que se acuestan bocabajo en el piso se les nota que no han visto en su vida un toro bravo. El que dibujan es una ofensa a la especie más bella del reino animal. Es un toro a la vez agalgado, o sea de barriga recogida y largo como un galgo, y acochinado: redondeado de lomos como un cochino cebado. Carece de papada, como un gato, y en cambio lleva al cuello los cuerpos colgantes de dos antitaurinos que simulan una especie de badajo de buey. Tiene lo que en términos taurinos se llama “poca cara”, es decir, pocos pitones, y uno de ellos, el izquierdo, está partido por la cepa. Y mientras las patas traseras terminan en cascos achatados de equino y no hendidos de bovino, tampoco las manos tienen verdaderas pezuñas, sino pinzas de cangrejo. Testículos no hay. Es cierto que se ve una gran confusión por el lado de los cuartos traseros: patas, rabo, algo que puede ser un pene recurvado y largo. Pero testículos no hay. Y una de las cosas más notables y notorias que tiene un toro bravo son los testículos, pesados y bamboleantes como badajos de campana. En resumen: es un toro mal hecho.
Lo cual no es de sorprender. Es un toro imaginario, imaginado por antitaurinos de acuerdo con descripciones fragmentarias y fantasiosas de terceros. Como el famoso elefante indio descrito por unos ciegos únicamente mediante el tacto: el uno le palpó un colmillo, el otro le columpió la trompa, el otro le tiró el rabo, y los cuatro murieron aplastados por las patas que estaba empezando a reconocer el cuarto. O como el dromedario, del cual se dice que es un caballo diseñado por un comité. Los antitaurinos critican de oídas, porque no van a los toros. Pero que no se fíen mucho de su propia ignorancia, como los ciegos cuando se pusieron a describir al elefante. Porque se empieza queriendo pintar al toro, y se termina tratando de torearlo.
Pero hay un largo camino ente lo uno y lo otro, desde el balbuceo pictórico hasta el arte del toreo. Tan largo como el que lleva de los bisontes rojos y negros de la cueva de Altamira pintados hace treinta mil años hasta un lance de capote de José María Manzanares como el que me sirvió para ilustrar en estas páginas, hace dos años, un artículo sobre el arte.
http://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/antonio-caballero-carolina-sanin-cultura-taurina-toros-bogota/49202
Última columna con corridas de toros en Bogotá
Texto#4
Carolina Sanín
Las corridas de toros van a acabarse. Si las cosas siguen su curso conforme a la racionalidad, la legalidad y el derecho, van a acabarse en Bogotá antes de que termine el próximo mes, cuando los ciudadanos votemos en la consulta popular. Luego se acabarán en Puente de Piedra (Cundinamarca), a donde los ricos bogotanos y sus émulos las han trasladado. Se acabarán también en Cali y Manizales, y en todos los demás lugares que todavía acojan este entretenimiento de cada vez menos seguidores. O a lo mejor se acaban antes en España, y entonces —como tantas otras veces— los criollos reaccionarios harán el ridículo de seguirse aferrando a una identidad falsificada, cuya versión original ni siquiera existe. Más pronto que tarde, las corridas de toros van a acabarse en uno y otro lado del Atlántico; de eso no me cabe duda, pues, durante mi vida, he visto un solo cambio positivo inequívoco en la humanidad: el crecimiento de la compasión de los humanos por los otros animales.
En las últimas semanas, los aficionados a los toros han ensayado varios argumentos. A las ya conocidas excusas de que el toreo es un arte y por eso debe respetarse y practicarse (como deberían respetarse y celebrarse aún, según eso, las peleas romanas entre leones y cristianos), y que es una tradición y por eso debe eternizarse (como debería eternizarse, según el mismo principio, la ablación del clítoris, tradicional en varios países), han sumado la argucia de que, al convocar una consulta popular para decidir si se prohíben o no las corridas de toros, el Estado estará vulnerando los derechos de una minoría. En un país en el que los miembros de algunas minorías étnicas mueren de sed y hambre, los miembros de la minoría política de izquierda han sido sistemáticamente asesinados y los miembros de las minorías sexuales aún son acosados, es descarado y frívolo reclamar una consideración especial de “minoría” por ser aficionado a la tauromaquia (para no hablar de la locura de reivindicar el “derecho” a torturar animales).
Con despótico y desfasado elitismo, los aficionados a las corridas de toros han dicho que la decisión sobre el final de su pasatiempo dominical no debe dejarse a la mayoría, pues la mayoría no sabe de tauromaquia. Quizá, según ellos, en el caso de hacer una consulta popular que reformara la constitución en cuanto a la pena de muerte, por ejemplo, solo deberían votar los verdugos, los aficionados a las ejecuciones o los conocedores de la historia de la guillotina, la inyección letal y la horca. Han dicho también que, en la consulta, la mayoría estaría decidiendo sobre algo que solo concierne a la minoría conformada por los aficionados, que sería la que se vería privada de su objeto de placer. Es allí donde está el meollo del asunto: el que las corridas de toros sean prohibidas o permitidas concierne a todos los ciudadanos.
Educarse en una ciudad en la que el maltrato a los animales está permitido es distinto de educarse en una ciudad en la que los ciudadanos se han unido para manifestar su disposición a proteger a los animales y su negativa a infligir sufrimiento por diversión. Que la mayoría consiga que se prohíba un espectáculo en el que se tortura y se mata a un ser sintiente, en esta ciudad abrumada por la indiferencia, constituirá un paso capital. Además de evitar el dolor y la muerte de muchos toros, la nueva ley manifestará nuestra intención de ser compasivos, que es nuestra única esperanza.
Se les entrega la siguiente consigna.
Consigna. Una vez leídos los cuatro textos:
1.Elabore un ensayo a partir de un análisis intertextual, dirigido a los colombianos y visitantes extranjeros, que cumpla con las siguientes características.
a)-Extensión 300 palabras.
b- Evite cometer más de 3 errores (Signos de puntuación, ortografía)
c)- Utiliza adecuadamente el género y número (Concordancia)
d)-Brinde elementos informativos (relacionados entre si)
e)- Que la argumentación brinde nueva información (Información proposicional).
f)- Que, en el discurso argumentativo, se evidencie la voz y posición del autor. (Actos del habla)
g)- Que exista relación entre las distintas palabras, oraciones y párrafos del texto. (Cohesión)
h)- En su argumentación, deberá aparecer, una suposición que resulte básica (Hipótesis)
i)- Deberá dejar en su argumentación, algunas decisiones, juicios, soluciones, o recomendaciones, es decir a lo que se llegaría después de haber reflexionado sobre lo leído. (Conclusión).
Elaborado por, Reinaldo Valentín Gonzáles González
Septiembre 2017